Viendo
la TV, viendo a los alcahuetes de embajada, a los subordinados de las
corporaciones, a los hipócritas de siempre lamentarse públicamente, simular
indignación e incluso llorar por la muerte de uno de ellos, empleado inepto, recuerdo
a quienes tenían que llorar a puertas cerradas, incluso solos, solas...
Recuerdo a quienes al día siguiente tenían que volver a sus trabajos, a sus
estudios, como si no hubiera pasado nada. Recuerdo a quienes al salir de su
vivienda y cruzarse con un vecino debían saludarlo con perfecta normalidad, sin
mostrar ninguna tristeza ni alteración. Recuerdo que casi nunca hubo velatorios
ni homenajes ni notas en la radio ni en la TV, y mucho menos protestas,
denuncias públicas ni cuestionamientos a los gobernantes. A lo sumo algún
comentario malintencionado como “algo habrá hecho” o en un diario un escueto
"En el día de ayer fue abatido...".
Pero
eso ocurría muy rara vez, lo común era la censura total y el sufrimiento a
puertas cerradas.
Vi
ese sufrimiento silencioso, en una oficina en la que trabajaba. Sentí la
impotencia del otro y la propia. No puedo agregar más nada.
Jorge D'Alesio, 20.01.15